Hay
frases que pueden cambiar tu vida. Hace años le dije a mi madre que hacía un
arroz con leche delicioso, frase formulada al azar y sin ninguna sílaba de
verdad, ni siquiera una vocal, y que marcó el comienzo de cientos de miles de
millones de fines de semana con la plasta blanca rezumando leche con canela de
postre. Tiempos duros aquellos, créeme.
Desde entonces soy cuidadosa en mis
halagos y apreciaciones. Tan cuidadosa que incluso empezó a circular el rumor
en mi familia de que me había vuelto lenta de reflejos. No me importó: cuando
la ocasión lo merecía, me tomaba el tiempo necesario valorando las posibles
consecuencias antes de emitir un veredicto. La sombra del arroz con leche
alcanzó las dimensiones de la Torre Eiffel en mi cabeza.
Una y no más, Santo Tomás.
O eso pensaba yo…
Jueves, 8 de noviembre. 10 de la mañana.
—¿No la has visto? —me pregunta
Jonathan, mi compañero.
—No —contesto, ajena al peligro que
se cierne sobre mí.
Jonathan deja de teclear datos en el
Contaplus y me mira con los ojos como platos.
—¿¿No la has visto?? —insiste—. ¿No has visto Lost in Traslation?
Niego con la cabeza.
—¿¿¿No la has visto???
¿Está tonto este chico?
—¡Que no! —¡pesado!
—¡Tienes que verla! —se levanta,
coge el ipod que tenemos enchufado a unos altavoces y lo trastea durante unos
segundos—. Te va a encantar —me sonríe y vuelve a colocar el ipod en su sitio.
La voz quejumbrosa de El Junco se eleva por las paredes y me quita las ganas de
vivir que habían resistido la sesión previa de El Barrio—. Confía en mí.
Sí, ya.
Ni de broma: esos gustos musicales son de lo más sopechoso.
* * *
Jueves, 8 de noviembre. 13:15 de la
mañana.
—¿La has visto ya?
Me giro en la silla y miro a
Jonathan, que espera mi respuesta con la calculadora en una mano y el Plan General
Contable en la otra. ¿Cómo voy a ver una peli si no he salido del trabajo? Es justo en ese momento cuando me doy cuenta de que me
encuentro ante un nuevo caso de arroz con leche.
Con la voz de Los Chunguitos de
banda sonora original.
Tiempos duros, otra vez.
* * *
Viernes, 9 de noviembre. 9:00:01 de
la mañana.
—¿Es alucinante o no lo es? —la voz de Jonathan rebosa de
feliz expectación. Guardo silencio y mantengo la vista en la pantalla del
ordenador—. ¿No la has visto? —hago un leve movimiento—. ¿¿No la has visto??
¿¿¿Aún no la has visto???
Uf, la cosa es grave…
* * *
Lunes, 12 de noviembre. 9:02 de la
mañana.
—No te lo voy a preguntar… —deja
caer Jonathan como si tal cosa mientras enciende su ordenador y conecta el ipod—,
… porque imagino que si la hubieses visto me lo dirías… —No sabía lo que hacía, de Los Calis, suena con fuerza—. ¿La has
visto ya?
Joooo…
* * *
—¿Y no puedes verla tú y me cuentas?
—le pido a JC. Se niega. Creo que me quería más antes de la boda…
* * *
Vale, vamos a verla.
No es mi estilo de película, que tantas
intensidades y profundidades de personajes y argumentos raros me dan pereza. Me
consuelo con pensar que al menos veré a
Scarlett Johansson llevando el paraguas más guay del mundo… Y con una
copita de chardonnay, claro. Eso ayudará. Sí.
O dos copitas.
Y un cuenco de pistachos.
¡Madre mía, qué película más larga!
Mejor asumo que no se va a terminar
nunca…
¡Por Dios, tiene que ser la primera
película eterna de la historia!
Calculo que llevo cinco horas de película
(sin exagerar, claro; exagerando, le echo al menos cuarenta días) y no puedo
más. A tomar viento. Se acabó. Pasando del final.
De pronto me siento más ligera: la
vida vuelve a sonreírme y la losa que pesaba toneladas en mi espalda ha
desaparecido: ¡he visto la puñetera película! Lo que no haga una para que un
compañero de trabajo la deje en paz…
* * *
—Adivina —le digo a Jonathan cuando llego al taller.
Suelto el abrigo y espero.
—Tengo mucho lío —contesta sin mirarme.
—Vale, pero adivina qué vi anoche…
—¿Quién quiere casarse con mi hijo? —pregunta con
sarcasmo y continúa dándome la espalda.
—No.
—¿La Voz?
—No.
—¿Hospital Central?
—¡La peli! —exclamo, algo ofendida. ¡Será posible! ¡Cincuenta
horas de película y ni se gira! Que poquita consideración, pero qué poquita…
—¡Oh! —mi compañero se levanta de la silla de un salto y
me coge por los hombros—. ¿Y qué te pareció? ¿No es maravillosa? Qué
interpretación, que forma de hablar sin hablar, qué… —se da unos golpes en el
pecho y eleva la vista hacia el tubo fluorescente—… intensidad de sentimientos.
—Sí —contesto y pienso que cuando llegue a casa tengo que
confirmar que lo que me tragué anoche fue Lost in Traslation. De repente tengo
mis dudas.
—¡Y qué final! Lo
mejor de la película —me clava la mirada, con los ojillos brillantes de
emoción.
—Sí… —el final, ya…
—Inesperado.
—Sí, eso.
—El mejor final que he visto nunca.
Le da un giro… —se calla e intuyo que busca la palabra perfecta—… un giro —concluye—.
Justifica toda la historia. Me dormí al principio, que es un poco lento, pero
el final es… —vuelve a escarbar en su mente—, el final.
Ea.
—Puedes saltarte toda la película,
pero el final es… —silencio—, pues eso, el final.
Tiene tela…
—Un prodigio de final, fantástico,
excelente, soberbio, magnífico —continúa Jonathan, que parece haber encontrado
un saco de sinónimos en los recovecos de su cabeza—, absolutamente imborrable.
Jooo…
Mmmm…
¡Venga ya, cincuenta billones de
horas de película y me pierdo lo único que vale la pena?
Jooo…
La vida a veces es de lo más cruel.
Todo el trabajo duro hecho y justo el final…
Mmmm…
¿Se tomará Jonathan muy mal que le
pregunte cómo acaba?...